Judas sentía atracción por los ricos y poderosos, pues no perdía tiempo para enseñar a los
afortunados, políticos é influyentes y sacerdotes de Jerusalén, alegando, que no podía haber éxito en
el movimiento liberador cristiano a través de personas hambrientas, mal vestidas e ignorantes, como,
eran los seguidores del Maestro. Hacía promesas atrayentes y asumía compromisos prematuros, pro-
metiendo regalías para los candidatos que ingresaran en el reino de Israel como "fundadores", pues
el Mesías pronto iba a revelar que sería el supremo mandatario del pueblo de Israel. En verdad, no
creía en el éxito de la causa cristiana por la interferencia de las legiones angélicas, como decían casi
todos los partidarios, ni tenía confianza alguna que sucediera por fuerza de la profecía de Isaías y
Micheas; razón por la cual, hacía tiempo buscaba atraer hombres de temperamento enérgico y
experimentados para asegurar la victoria final. Judas no consultaba a sus compañeros para
emprender sus realizaciones dado que pretendía precipitar los acontecimientos sin obligar a Jesús
que activara el movimiento en el sentido de hacerlo marchar hacia Jerusalén, donde el poder de
Judea caería en sus manos. Carácter dudoso y materialista, ambicioso e imprudente, no creía en el
"Reino de Dios" conforme rezaba en la fórmula espiritual, a base de renuncias y sacrificios por parte
de los hombres.
Sin embargo, reconocía en Jesús a un líder innato, que sabía atraer a las multitudes por la fuerza
hipnótica de sus ideas y por la elocuencia de sus palabras. Era obvio, que ninguno resistiría en
Jerusalén al verbo inflamado del rabí de Galilea cuando proclamara ante los judíos, la idea de
expulsar a los romanos y destronar a Herodes; y una vez terminada esa jornada victoriosa, Jesús
tendría el deber de insinuarle, que lo sucedido se debía a su osadía e iniciativa personal. Seria un
valioso servicio prestado al Maestro y a la causa, en donde Juan y Pedro jamás lo superarían.
Pregunta: ¿Cómo procedió Jesús ante esa situación creada por sus discípulos y creyentes
desanimados?
Ramatís: Habiendo reconocido la infiltración de sentimientos de discordia, excitación e inconfor-
midad entre sus fieles seguidores, y que además dificultaría el ritmo de las pregonaciones
evangélicas, Jesús realmente llegó a preocuparse muchísimo con ese nuevo problema. Sin lugar a
dudas que su obra sufriría una seria recaída ni bien los celos y desavenencias trascendieran al
público, pues serviría de elemento de explotación para los enemigos de la causa cristiana. Por otra
parte, el sacerdocio de Jerusalén, no sólo admitía el peligro de las ideas revolucionarias de Jesús,
sino, que se hallaba celoso por la acogida que iban teniendo las enseñanzas por parte del pueblo.
Caifás había ordenado una severa vigilancia sobre el rabí de Nazareth, exigiendo un parte diario de
todos sus pasos y aconsejaba a sus esbirros que hicieran todo lo posible para inculparlo, a la
brevedad posible ante las autoridades romanas.
Por eso, Jesús primero trató de solucionar el problema de la vida en común de sus discípulos,
auscultándoles las dificultades y las obligaciones con la familia y otros deberes prosaicos del mundo.
Reservó la tarea más pesada y urgente para los solteros, para que los casados tuvieran tiempo de
servir a sus respectivas familias. Después se puso a reflexionar sobre la forma de variar las
pregonaciones evangélicas, mantenidas durante los tres últimos años a fin de dinamizar el alma de
sus fieles.
Malgrado a la sabiduría y sentimientos elevados de Jesús, jamás lograría alterar el ritmo
encantador de sus prédicas y dispensar el empleo de aquellas parábolas de tierna penetración
espiritual, o abandonar los lagos, los montes y los lugares pintorescos que la naturaleza le ofrecía, y
le daba un toque poético. Eran sermones simples, efectivos y fácilmente compresibles para todos los
oyentes, su tónica resaltaba por la ternura, la esperanza y el amor que fluían de aquel hombre que
hablaba de un reino encantado y de belleza extraterrena.
No había dudas; los pobres, los infelices y los enfermos continuaban siguiéndolo dócil y
esperanzados; pero faltaban los milagros convincentes a la luz del día, pues los hechos narrados por
el exceso de imaginación no llegaban a convencer, comenzando a debilitarse la fe y la creencia en
las multitudes. Jesús era el profeta querido, el rabí adorado, el hombre justo y bueno; pero las almas
primitivas se cansan rápidamente cuando están sometidas a una severa disciplina o a las normas de
buena conducta, que no proporcionan compensaciones inmediatas. Innumerables veces Jesús
les
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