Capítulo XXVII
LOS ULTIMOS DÍAS DE LA VIDA DE JESÚS
Pregunta: ¿Qué nos podéis decir sobre los últimos días de la vida del Maestro?
Ramatís: Algunos días antes de la crucifixión, Jesús creyó oportuno y necesario reactivar sus
ideas con nuevos estímulos doctrinarios, pues sus pregonaciones evangélicas, debido a la rutina del
mundo material, comenzaban a debilitarse entre sus propios discípulos y adeptos, los que
manifestaban cierto desánimo ante la demora por la concreción del "Reino de Dios", esperado
ansiosamente durante tres años. Además, se justificaba esa situación, pues aquella gente
supersticiosa no tenía fuerzas suficientes para alimentar mucho tiempo un ideal que estaba por
encima del prosaísmo de la vida humana. Eran personas esclavas del medio ambiente, cuya ventura
y placeres dependía de las compensaciones materiales.
Por otra parte, al Maestro le preocupaba la situación creada a algunos de sus discípulos, puesto
que tenían cargas de familias y afectos carnales y estaban ansiosos por ver terminado aquel pere-
grinaje constante por las ciudades de Judea. Era evidente que todos los días aparecían partidarios
entusiastas, tal como sucede hoy con los movimientos políticos, filantrópicos y de alto relieve social.
Pero, muy pronto desaparecía cuando pasaba el efecto de las primeras emociones y por lo tardío en
aparecer los bienes aludidos por Jesús.
El desaliento crecía a medida que proseguían las peregrinaciones y los discípulos no ocultaban el
deseo de retornar a sus hogares para proseguir la vida en común con su familia. Pedro y otros más
no disponían del tiempo suficiente para seguir al Maestro, pues eran casados y sus familias los
solicitaba frecuentemente debido a las necesidades de la casa; y los discípulos que eran solteros,
sostenían a sus padres envejecidos o parientes enfermos. Además, las predonaciones de Jesús
cada vez se tornaban más inoportunas para los espías del Sanedrín que sembraban sarcasmos y
provocaciones para perturbar la armonía entre los oyentes. Y, lo peor de todo, era que Jesús no
permitía ninguna reacción violenta, alegando que su doctrina era sólo de Amor y de Paz.
Aunque los partidarios más fieles continuaban firmes en la causa cristiana, la armonía de los
primeros días se iba debilitando; perdía vitalidad. Nuevos elementos, pero interesados por los bene-
ficios que podía arrojar la fundación del nuevo reino prometido por Jesús, concurrían para falsear las
interpretaciones del Evangelio entre los demás, menospreciando de esa forma las bases del
Cristianismo. Más tarde se mostraron insatisfechos, impacientes y con ideas propias, ocasionando
discusiones estériles, que sólo tenían objetivos materiales. Además, la propia historia sagrada
consigna el enojo de Pedro contra esos insatisfechos y sus desavenencias frecuentes, que lo llevó a
protestar delante de Jesús, diciendo:
—"¡Maestro! ¡Esa gente no sigue vuestra enseñanza!" Y Jesús, siempre tolerante y sereno, le
respondió: —"Pedro, ¿qué te importa que no me sigan? ¿No me sigues tú?" Jesús estaba persuadido
que no convenía proseguir con el ritmo acostumbrado y rebuscó en lo íntimo del corazón y en la
sensibilidad de su espíritu la solución eficaz para unir, apaciguar e incentivar todo aquello que iba a
exponer en forma más dinámica. A pesar del calor afectivo y de la fidelidad espiritual de los discípulos
más allegados, reconocía que la inquietud, el desánimo y la impaciencia, realmente estaba
socavando el alma de sus seguidores. Los adeptos decididos encontraban que Jesús era demasiado
conciliador, tolerante y acomodaticio, que resolvía las querellas con los detractores a través de las
armas empíricas del perdón, la resignación y la paciencia. Según ellos, eso desacreditaba al
movimiento cristiano, pues la interferencia de los cínicos y mordaces adversarios sembraban la des-
creencia entre la gente simple y tonta diciendo, que sólo pedía la renuncia a los bienes materiales
para seguir a un profeta nómade. Encontraban, que habían transcurrido tres años de entera expec-
tativa y ya era tiempo de intentar un movimiento lleno de valor para dar la debida posesión al Maestro
como Rey de Israel y "Salvador" del pueblo judío. En base a las quejas y descontentos que se escu-
chaban a su alrededor. Jesús acordó intentar algo para avivar su doctrina, pero sin desmentir los
principios cristianos del amor y el perdón que fundamentaban sus enseñanzas. Pero,
momentáneamente no veía un modo eficiente para solucionar aquel delicado impasse, que
debía
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