En vez de orientar y esclarecer a los réprobos del mundo, los condenó irremediablemente, como
el huracán que arrasa todo cuanto encuentra sobre la superficie de la tierra, dejando el terreno árido y
sin esperanza para el futuro. Dios no exige la muerte de sus hijos que no aceptan la Verdad, pues
casi siempre esa obstinación es el fruto de la ignorancia o de conceptos totalmente opuestos. Juan el
Bautista fue degollado porque se precipitó al querer reformar instantáneamente a los hombres
cupidos, instintivos y egoístas, cuyos pecados se debían a su graduación espiritual, ajena a toda
deliberación consciente. Era tan prematuro imponerles una rápida renovación moral, como exigir a la
semilla, que en pocas horas dé sazonados frutos. Muchos cristianos fueron masacrados en Roma,
pero se hubiera evitado si no desafiaban a los anticristianos y cundiera el ejemplo de haber vivido
bajo los principios de humildad y amor a la luz del día. No basta morir por un ideal, pues además hay
que saber vivir en favor del adversario. La censura agresiva a los pecados ajenos enciende el amor
propio del prójimo, mientras que la paternal advertencia, el consejo fraterno de bondad y amor, se
escucha con cierto aire de gratitud.
Jesús fue crucificado como el Cordero de Dios, debido a la imprudencia sediciosa de sus
discípulos, más no por haber excomulgado agresivamente al prójimo. Aceptó la muerte para no
violentar la vida y preservar su doctrina de Paz y Amor. Justo e inocente, no condenó a los
pecadores, virtuoso y bueno perdonó incondicional-mente, pues supo vivir en función de la máxima
eterna que dice: "Sólo el Amor salva al hombre". Juan el Bautista se ocupó en puntualizar demasiado
las acusaciones que hacía a los hombres, cuyas pasiones y placeres eran el fruto de su espiritualidad
embrionaria. Jesús murió porque intentó esclarecer las equivocaciones humanas en forma
comprensiva y suave; el Bautista fue degollado por acusar los pecados ajenos. Delante de la mujer
adúltera, es muy posible que él la hubiera mandado a lapidar para cumplir con la Ley de protección a
la moral judaica; Jesús, mientras tanto, la liberó de los verdugos y dejó una máxima, que aún vive en
la conciencia de la humanidad: "Quien se halle exceptuado de pecado alguno que arroje la primera
piedra". ¡Todo reformista religioso,
moralista violento, agresivo e intransigente, puede convencer y
arrastrar multitudes de fanáticos, pero no conseguirá convertirlos a la dulzura del Amor!...
El Maestro Cristiano pulverizó las costumbres seculares, igualó a señores y esclavos, santos y
prostitutas, ricos y pobres, en una ofensiva anárquica que condenaba las especulaciones religiosas y
la idolatría extorsionante de los templos. Sus palabras más severas estaban revestidas de suavidad
amorosa, puesto que censuraba pero no condenaba, advertía más no insultaba.
Pregunta: Hermano Ramatís, ¿no hay cierta contradicción que las autoridades del Sanedrín
condenaran a Jesús porque pregonaba sus ideas liberales, mientras que los Esenios, exceptuados
del compromiso y de las obligaciones comunes a todos los judíos, no les sucedía nada, pues muy al
contrario, todavía reclutaban gente para sus filas de terapeutas?
Ramatís: Los Esenios hacía 150 años que vivían en Palestina y jamás habían incomodado a las
autoridades públicas, ni contrariaban a los sacerdotes de Jerusalén. Para el mundo profano, no eran
más que terapeutas humildes que peregrinaban por los caminos de Judea haciendo servicios de
utilidad para los necesitados. De esa forma se mantenían a cubierto de cualquier interferencia, pues
no se interesaban de las maquinaciones políticas y desistían fácilmente en favor de su adversario en
cualquier discusión. Algunos de los sacerdotes de Jerusalén estaban afiliados entre los Esenios,
como Eleazar y Simón, amigos de José y María, que hacían todo lo posible para apartar las
sospechas del Sanedrín ante las denuncias e investigaciones.
Pregunta: Los santuarios esenios, ¿qué aspecto tenían y dónde estaban situados?
Ramatís: Los templos, o mejor expresado los santuarios esenios estaban diseminados por
los montes más importante de la Hebrea, en los lugares accesibles para atender a los
discípulos y próximos a las colectividades de los terapeutas. Todos los santuarios se
subordinaban al "Consejo Supremo" el cual se reunía en asambleas periódicas o en casos
extraordinarios a fin de atender los problemas más importantes de la comunidad y establecer las
normas de vida futura de la Fraternidad. Ese consejo estaba compuesto por setenta ancianos, la
mayor parte vivía en el monte Moab, en la margen oriental del mar Muerto. Muchos de esos
ancianos estuvieron presentes en las principales pregonaciones del Maestro, como en el
caso del "Sermón de la Montaña" y durante la
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