la aleccionadora respuesta que decía: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Los discípulos externos o terapeutas evitaban las profesiones desairosas, extorsionadoras o
demasiado especulativas; eran agricultores, artistas, científicos, obreros y pescadores. Jamás se in-
troducían en la política, en los negocios agiotistas o en las profesiones de fiscales, esbirros, militares,
negociantes de joyas, criadores de aves o animales para vender o cualquier tipo de trabajo en los
mataderos. Servían a Dios por la santidad del espíritu y trabajaban por el bien al prójimo; aceptaban
la reencarnación como postulado fundamental de su doctrina, cosa que ningún judío mosaísta
admitía. A ese concepto esenio Jesús aludió muchísimas veces, cuando decía que había vuelto Elías
encarnado en Juan el Bautista
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y en la mención que hizo a Nicodemos, que "ninguno vería el reino
de Dios si no renacía de nuevo".
Mientras tanto, los únicos que eran reencarnacionistas, como lo era Jesús, fueron los Esenios;
ellos no sacrificaban vidas animales en el Templo ni hacían ningún tipo de ofrenda a Jehová para
obtener buenas cosechas, éxito en los negocios y mejorar la salud, cosa muy común entre los judíos
de todas las clases sociales y condición cultural. Evitaban el contacto con las grandes ciudades, pues
se sentían oprimidos en el ambiente codicioso de las multitudes, entre la astucia puesta en juego por
la ganancia que esclaviza y por el egoísmo que deteriora. Jesús también demostró ojeriza por laS
grandes metrópolis y prefería la tranquila orilla de los lagos de Galilea; adoraba a Nazaret y sus
colinas, porque podía explayar su mirada angélica hacia el horizonte y «vitalizarse en medio del cam-
po, de los bosques, en los lagos y en los ríos.
Los Esenios también eran de condición hospitalaria, benevolentes, pacíficos y enemigos de hacer
desprecio o dar ejemplos de superioridad; vivían silenciosos, hablando lo suficiente para servir y
enseñar al prójimo. Repelían la ostensividad de las preces, el pedantismo de los fariseos, el lujo de
las sinagogas y la dureza de los saduceos. Eran valerosos y leales en sus relaciones con los demás
hombres y sacrificaban fácilmente sus vidas para no quebrar sus votos iniciáticos. Delante de la
crueldad, de la ironía o de cualquier acusación ajena que causara perjuicios a la cofradía esenia,
preferían guardar silencio y morir, antes de delatar o defenderse a sí mismo. De ahí, que Jesús era
un gran admirador de los Esenios y su hábito peculiar lo identificaba con ellos, pues era de pocas
palabras, pero cuando hablaba dejaba asentado un precedente que se volvía imperecedero. Su
mayor prueba la dio delante de los jueces del Sanedrín, guardando silencio absoluto cuando lo
acusaron cruelmente, y aun delante de Poncio Pilatos, que intentó suavizarle la pena, aunque más no
fuera por vengarse de Caifas.
Ciertas máximas evangélicas de Jesús eran verdaderos preceptos esenios como el de la "puerta
estrecha", y que "vuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha", que aun hoy se halla
sublimado en el tronco de las ofrendas usado por la masonería. El capítulo VII de Mateo con sus
veintinueve versículos, es casi un resumen de los estatutos de los Esenios, elaborado para graduar
las diversas fases de la iniciación de los neófitos en los santuarios mayores. Otra- narrativa de Jesús
de elevado relieve iniciático es la parábola del "Festín de la Boda" cuando comparó el reino de los
cielos con el rey que mandó arrojar en las tinieblas exteriores al convidado que se hallaba en la mesa
del banquete sin el ropaje nupcial
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. A pesar de cierta oscuridad en el relato o dificultad para
interpretar la esencia, velada por el simbolismo, los Esenios conocían perfectamente la existencia del
periespíritu, como actualmente sucede con los espiritistas, teosofistas y demás escuelas de
ocultismo. Los neófitos aprendían en su iniciación, que una vez que el espíritu vestía la "túnica
nupcial", es decir, cuando habían purificado el periespíritu, recién entonces podían participar del
"banquete divino" de la vida celestial, pues en caso contrario, como sucedió en el "Festín de la Boda",
los que no vestían tal ropaje debían ser arrojados, naturalmente, en las regiones del astral inferior a
fin de purificar sus pasiones animalizadas.
1
Mateo, XVII, vers. 11 al 13; Juan, III, vers. 1 al 12.
2
Mateo, Cáp. XXII, vera. 1 al 13
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