regiones más bellas de Judea, Galilea ofrecía las cualidades apropiadas para estructurar el cuadro
mesiánico de la vida de Jesús. En Galilea se destacaba la ciudad de Nazaret, delicada joya
engarzada en la cima de los montes en medio de luces y matices fascinantes de sus alboradas y
ponientes, verdaderamente celestiales.
He ahí la causa del porqué el Maestro tenía una gran adoración a Nazaret y su corazón pulsaba
de júbilo, cuando retornaba de sus peregrinaciones y observaba el hermoso y reconfortador paisaje,
rodeado de flores y perfumes embriagadores. Los lagos llegaban a fascinar porque sobre la superficie
ondulaba debido al viento fragante que descendía de las colinas, se formaban pequeñas crestas
blanquecinas que se deslizaban sobre el agua color esmeralda translúcido. Los trigales y las
margaritas cubrían el Jordán; los nardos dispersos por doquier y los puñados de amapolas como si
fueran un fuego vivo, se inclinaban ante la suave brisa, agitándolas dulcemente. El perfume
reconfortador fluctuaba por todas partes, provenía de los pétalos de las flores, de los durazneros que
parecían verdaderos confites vivos, de los manzanos y de los ciruelos que se balanceaban
suavemente. Cuando llegaba la noche la superficie tranquila de los lagos reflejaba el manto azul
celeste del cielo tachonado de infinidad de estrellas, como si fueran lentejuelas luminosas.
Entonces Jesús, entrecerraba los ojos bajo la inspiración del medio ambiente, deslumbrante y
renovador que superaba la imaginación poderosa de los artistas. De esa forma-, su espíritu
conseguía evocar algunos matices de su mundo celestial mediante las imágenes sublimes de
Nazaret, las que resultaba una agradable compensación en el mundo Tierra.
Las montañas de Galilea recortadas en los horizontes resplandecientes; la policromía mágica del
sol poniente que parecía engarzado en medio de las nubes; los trinos eufóricos de las aves canoras y
el balido de las ovejas en las cuestas de la campiña, conjugado a los cantos de los pastores, ese
conjunto paradisíaco parecía una sinfonía cósmica fluctuando en el aire, como un cántico de
reverencia o gratitud dirigida al Creador de tales maravillas.
La tranquila Nazaret formaba un anfiteatro natural en la cuesta de los cerros; sus calles
estrechas, de lajas y piedras, sus casas simples y humildes eran simpáticas, hospitalarias y
graciosas, todo ese conjunto era el toque amigo de la naturaleza pródiga, puesto que era un suave
calmante para la vista cansada de los peregrinos. Jesús nunca quiso cambiar el caserío simple pero
acogedor de Nazaret por la ruidosa metrópolis de Jerusalén, donde los nervios se irritaban bajo el
barullo, los gritos, risas, amenazas y pregones de todo tipo. En sus calles y plazas, como en los
terrenos baldíos se aglomeraban las multitudes inquietas, que a cada instante requerían orden por
parte de las patrullas romanas y de los esbirros del Sanedrín. Cuando el Maestro estuvo en Jerusalén
a los veintitrés años de edad, después de la muerte de José, buscó empleo en las carpinterías de la
ciudad para poder- ayudar a la familia. Pero, cuando regresó a Galilea, le fue como un sedante para
los nervios y el alma fatigada del bullicio estridente que habitualmente se encontraba en las ciudades
populosas.
Pregunta: ¿Jesús, antes de encarnar, conoció desde el Espacio los lugares en donde debía vivir
para cumplir con su misión?
Ramatís: Antes de descender a la carne en Palestina, el Maestro recorrió todos los lugares de
sus futuras actividades mesiánicas, grabándolos en su alma, puesto que era el marco que serviría de
apoyo para su obra cristiana. Visitó el Tiberíades, en cuya orilla se demoró para consagrar el lugar
que diera tanta tradición, como centro de sus pregonaciones; ubicó en el Jordán el lugar donde más
tarde encontraría a Juan el Bautista para la memorable escena del bautismo; su espíritu
resplandeciente posó suavemente en la cima de los montes Hermón, Moab y el Carmelo, observando
a compañeros de otros peregrinajes, que bajo la túnica de los esenios preparaban la bóveda
espiritual, que más tarde le sería afectuosa inspiración para el desenvolvimiento de sus ideas de
liberación humana. Después se detuvo particularmente en el monte Tabor, donde conmovido señaló
el sitio que más adelante cumpliría con el fenómeno sorprendente de la Transfiguración. Miró
panorámicamente al paisaje amigo de Palestina, para observar detenidamente a la pobre e ingenua
Galilea, pero que el Maestro prefería en comparación a la riqueza ostensiva de Persia, Alejandría,
Atenas o Roma, cuyas naciones se turbaban por exceso de orgullo y ambiciones insatisfechas.
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