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la Casa de Dios?
Ramatís: Esa descripción es de dudoso origen, pues no hay prueba fehaciente que la halla
escrito cualquiera de los cuatro evangelistas. Ni tampoco dice nada a favor con la costumbre de la
época. La violencia y la agresividad del acto desmiente la índole pacífica y tolerante de Jesús, puesto
que lo describen con un látigo en la mano y azotando a los mercaderes, dando puntapiés a las
mesas, espantando bueyes, ovejas, palomas y promoviendo un gran desorden en el recinto del
templo. Los que cambiaban dinero son corridos hasta la calle, recibiendo insultos y sufriendo
perjuicios por parte de aquel que vino a enseñar y a perdonar incondicionalmente.
El Cordero de Dios era dócil, pacífico y respetuoso en todos sus actos y actitudes. Así lo
demostró delante de la mujer adúltera ante la negación de Pedro y en la traición de Judas. Su misión
no era turbulenta, ni con miras de alterar las costumbres tradicionales de esa ciudad. Jesús
descendió a la tierra para vivir a la luz del día, las lecciones de Amor y Piedad en toda su extensión.
Alma cósmica, comprensiva y sabia, no poseía resentimientos ni cobijaba cólera alguna. Era enérgico
delante de las injusticias contra los débiles, pero jamás se transformaría en un agresor vulgar,
atacando a un puñado de hombres ignorantes y necesitados de ganarse la vida. Tales vendedores no
ejercerían sus actividades si no hubieran tenido el correspondiente permiso del sacerdocio hebreo,
que era la fuerza dominante y que dirigía al pueblo.
Pregunta: Si hubiera sido cierto, ¿no habría procedido bien, puesto que la Casa de Dios es para
la oración y no "una cueva de ladrones"?
Ramatís: Llamar al templo de Jerusalén "cueva de ladrones" era un insulto para los sacerdotes y
al pueblo de Israel; y Jesús era incapaz de insultar y menospreciar a nadie. Además, él apenas
consideraba aquel lugar como un detestable y sangriento matadero de aves, carneros y bueyes. Su
noción sobre la "Casa de Dios" era más amplia, conforme lo demostró cuando hecho a volar su
pensamiento por el Cosmos y versó sobre otros planetas habitados por humanidades de mayor
ascenso espiritual, diciendo textualmente: "En la casa de mi Padre, hay muchas moradas". Los
narradores cometieron la torpeza de imponer como si fueran del Maestro las mismas palabras
proferidas por el profeta Isaías que constan en el Viejo Testamento referentes a otros asuntos: "Mi
casa (la casa de Dios) será llamada casa de la oración". Y, cuando termina con la indigna expulsión
de los vendedores, le atribuyeron otras palabras que fueron exprobaciones de Jeremías: "Mas
vosotros la convertisteis en cuevas de ladrones".
Los que compraban y vendían monedas, eran modestos vendedores ambulantes, cuyo trabajo
mal les garantizaba el pan de cada día. Si el Maestro realmente hubiera querido expulsar a los
"vendedores del templo", habría iniciado su acción de adentro hacia afuera, es decir, echando
primero a los sacerdotes y su deshonestos secuaces. Además, eso era absurdo que lo hiciera un
forastero que se hallaba de visita en la ciudad, puesto que era violar la ley y las costumbres de la
ciudad.
Si Jesús hubiera azotado a uno solo de los vendedores, los otros hubieran reaccionado
agresivamente, impidiéndole proseguir con la supuesta violencia porque los vendedores eran
consentidos y pagaban derechos a la ley que los autorizaba. Por consiguiente, Jesús, como buen
hebreo y respetuoso con las leyes del país, no iba a protestar públicamente por medio de la violencia
contra aquello que era lícito.
El sublime Jesús del "Sermón de la Montaña" que perdonó y consoló a la mujer adúltera, que
recomendó la caridad del perdón "setenta veces siete", que aconsejó poner la mejilla izquierda si lo
golpeaban en la derecha, en verdad, jamás incurriría en violencias y desórdenes como le atribuyeron
contra los vendedores que negociaban en los lugares permitidos por la ley y las autoridades del
Templo de Jerusalén. Su comprensión angélica le permitía ser tolerante y piadoso con todo el mundo.
Era enérgico, decidido y valeroso, pero sin violencia, ira o pasión agresiva.
Por consiguiente, el carácter impoluto, la contextura psicológica, la sensibilidad espiritual y la
sabiduría cósmica de Jesús es el que contesta a las posibilidades de ese incidente chocante y que
inmerecidamente le atribuyen, además es el mismo pueblo con su tradición y costumbres y las leyes
imperantes de la época, el encargado de deshacer tamaña mentira. Los hebreos eran sumamente
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