Capítulo XXII
LAS PRÉDICAS Y LAS PARÁBOLAS DE JESÚS
Pregunta: ¿De qué forma pregonaba Jesús al pueblo?
Ramatís: Jesús fascinaba a las multitudes con sus pregonaciones hermosas y fluidas, pues era
una persona insensible a los afectos superficiales y no utilizaba artificialismo alguno para resaltar su
oratoria. Jamás se preocupaba en impresionar al auditorio por la elocuencia rebuscada, como es
natural entre los oradores del mundo profano. La esencia espiritual de sus palabras provocaba una
suave y consoladora alegría en aquellos que lo escuchaban. No acostumbraba a dramatizar los
acontecimientos, ni sacrificaba el contenido sencillo de sus lecciones para resaltar como un admirable
orador. Exacto, sin las interioridades que agotan a los oyentes, en un puñado de vocablos familiares
exponía el esquema de una virtud o revelaba el estado del espíritu angélico. Jesús hablaba con
naturalidad, sin la proverbial altilocuencia que poseían los evangelistas, como si estuviera en el
acogedor hogar de un amigo. Su voz dulce y comunicativa extasiaba a los oyentes; les penetraba el
alma y los embargaba de suave euforia espiritual.
Pregunta: Jesús, ¿qué medio de locomoción utilizaba para llegar a los lugares prefijados, donde
debía dictar sus palestras evangélicas?
Ramatís: Al comienzo, Jesús recorría Galilea sin alejarse mucho de Nazaret, llegaba hasta
Cafarnaum o descendía hasta Samaría sin atravesar el Jordán o el mar de Galilea. Sus discípulos lo
cuidaban muchísimo y en todo momento trataban de preservarlo del sol, cubriéndole la cabeza con
un pañuelo grande de seda como era costumbre en el lugar. Algunas veces cabalgaba en un burro o
muía dócil, sentado sobre una almohada tejida por alguna cariñosa mujer, fiel seguidora de sus ideas.
En general, acostumbraba a realizar sus oratorias al atardecer cuando el poniente se irizaba de
colores, pues gustaba aliar al efecto policrómico de la naturaleza, la ternura y poesía de sus palabras
afectuosas. Agradaba dirigir la palabra desde la cima de las pequeñas colinas, mientras sus
discípulos, amigos y fieles se acomodaban a sus pies, embebidos en la dulce enseñanza del
mensaje, donde les anunciaba el tan esperado "Reino de Dios". Otras veces, se dirigía hacia la villa
más próxima, haciendo venturoso el hogar donde se hospedaba, participando de la modesta cena y
conmovía el corazón de los dueños hospitalarios con palabras de ánimo, alegría, consuelo y
esperanzas para el futuro.
Las mujeres y los niños lo rodeaban con particular afecto, pues la ternura emanada de Jesús era
como un sedativo para las almas simples y buenas. Agasajaba a los niños con profundo sentimiento
de amor, despreocupado de causar efectos favorables en la mente de sus hospitalarios dueños.
Siempre veía en los niños el símbolo del ciudadano del "reino de Dios", pues con sus risas
abundantes, travesuras inocentes, reacciones espontáneas y sinceras reproducían las virtudes
naturales del hombre sublime. También era su costumbre tratar con cariño a las aves y animales,
pues no tardaba en curvarse hasta el suelo para ayudar al reptil o al insecto venenoso a fin de
apartarlos del camino para que no fuera pisado. Espontáneo y sincero, indiferente a las críticas y a la
opinión pública, sus gestos, palabras y actos no afectaban a nadie, pues reflejaban claramente su
espíritu angélico, incapaz de cualquier sofisma o capciosidad.
La casa que Jesús frecuentaba era invadida rápidamente por los vecinos; las criaturas se
aglomeraban en las puertas y ventanas, ávidas de escuchar al rabí de Galilea sus magníficas
parábolas, de enseñanza simple y comprensible hasta para los niños. La Paz del Señor posaba sobre
el techo del hogar donde él pregonaba la "Buena Nueva" llena de esperanzas y amor, que conmovía
hasta los corazones más endurecidos. Las madres corrían a buscar a sus hijos, pidiendo al profeta de
Nazaret que lo tocara, pues se decía que su bendición era como un lenitivo para los dolores y
preservación contra las enfermedades. Algunas personas se inclinaban a su frente y exclamaban
afligidas: "¡Bendíceme, Rabí, pues yo sufro mucho!" Muchas veces su palabra o simplemente su
presencia, era suficiente para curar a los enfermos imbuidos de intensa fe
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; o provocaba súbita-
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Marcos, Cáp. V, vers. 24 al 34.
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