Capítulo XX
JOSÉ, EL CARPINTERO, Y SU HIJO JESÚS
Pregunta: ¿Qué grado de influencia tuvo José sobre Jesús, y cómo era la convivencia entre
ambos?
Ramatís: Jesús, como ya manifestáramos anteriormente, heredó el porte de José y la belleza de
María. Cuando el Maestro se quedaba pensativo, en actitud grave para tomar cualquier decisión
importante, se acentuaba aún más el aspecto grave y heráldico de su padre. José era un hombre
servicial, reservado y muy conocido por su rectitud, firmeza de carácter y acción moral, además de
ser excesivamente cauteloso en las cosas más simples. Era atento con la familia, pero muy severo,
jamás aceptaba cualquier compromiso profesional si tenía alguna duda para poder cumplir. Enérgico,
sobrio y religioso, pero sin ser fanático o exageradamente místico, tenía mucho respeto por los
preceptos y reglas sagradas del Tora. Además, era un terapeuta, externo de la colectividad de los
Esenios, pues atendía a los necesitados a través de un mediumnismo a base de pases fluídicos e
irradiaciones magnéticas, cuyo trabajo, exceptuado de interés, fue objeto de la atención de Jesús.
Esas virtudes incidían bastante en la educación de Jesús, evitándole los impulsos prematuros de
liberación espiritual antes de que alcanzara el momento psicológico de su tarea mesiánica. El Ideal
sublime que sustentaba Jesús en favor del prójimo, su deseo ardiente de transformar las sombras de
la tierra en grandes focos de luz y ver a todos los ciudadanos infelices en venturosos, gracias al buen
sentido y a la pureza de José le permitió reducir su exceso místico, evitando una actividad espiritual
prematura. Aunque se trataba de un ángel, cuyas emociones y energías creadoras eran dedicadas a
la humanidad, era necesario contenerlas prudentemente durante su juventud, pues el programa
mesiánico fue cronometrado para la madurez de sus últimos años. José lo ayudó a desenvolver sus
fuerzas espirituales para que supiera inmunizarse contra las mañas del mundo material. En las
reflexiones y repuestas sensatas que Jesús, más tarde, daba a los fariseos en sus Preguntas
capciosas y malévolas, como en el caso de la mujer adúltera y de la moneda del César; el Maestro, la
sutileza que demostraba se la debía a la prudencia del padre que desde la infancia lo advirtió sobre la
malicia, el cinismo y mala intención de los hombres. La influencia ancestral biológica y la
contemporización psíquica de José protegieron la obra de Jesús desde su comienzo, ya sea
cortándole los vuelos prematuros del espíritu antes de la época mesiánica, como ayudándolo, poco a
poco, en el laberinto de las contradicciones, propias del mundo terreno.
Más tarde, el mismo Jesús comprendió que le fue de vital importancia el freno impuesto a sus
exaltaciones místicas, gracias a las ponderaciones y a los esclarecimientos sensatos de su padre.
José no puso obstáculos al ministerio mesiánico de su hijo, ni tampoco al ideal de sus otros hijos,
aunque era algo despótico en lo tocante a la disciplina y a la moral de la familia. En sus últimos días
gracias a la constante inspiración de lo Alto, llegó a comprender que su hijo Jesús era una criatura de
estirpe superior, y que ninguno podía desviarlo del rumbo heroico y redentor a seguir. Comprendió,
en fin, que su hijo era un joven' diferente a los otros de su época. Las excentricidades y rebeldía de
Jesús en su infancia fueron comprendidas como la manifestación singular de un temperamento
indomable y severo, pero tierno y tolerante aunque era bastante joven.
José no era insensible a la naturaleza espiritual de su hijo Jesús, pues indagó sobre sus
designios y trató de conocerle el ideal sublime que lo movía por el mundo, estrictamente en favor de
la ventura espiritual del hombre. Por eso cambió su táctica y se hizo más confidente e íntimo con su
hijo, aficionándose cada vez más a los propósitos de querer redimir a la humanidad y ofrecer su
propia vida en favor de tal evento.
José también amaba al prójimo y se sentía feliz de servir al Señor en cualquier
empresa espiritual; sin embargo, bajo la fuerza emotiva del amor paterno sufría al comprobar que
Jesús, la prolongación viva de su sangre y de su carne, era un mozo que abandonaba todo en
el mundo, inclusive su hogar afectivo y justo a que tenía derecho todo ser humano. ¡Tantas
personas habían beneficiado al mundo sin aislarse de la familia y de los preceptos de la vida común!
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