valle de Jezrael. Los caminos que venían de Séforis y otras partes, además del camino principal de
las caravanas, que cortaba el valle desde el mar Muerto hasta Damasco, demarcaban la provincia en
todos los sentidos. El clima de Nazaret era muy saludable, pero bastante frío en invierno, presentaba
a la vista del viajero el más bello paisaje de toda Galilea, y quizá del resto del mundo. Los campos
cultivados con cebada, trigo y avena, manchaban la pradera de un verde claro, color de limón nuevo
para terminar junto a los Montes Tabor y Gilbos, después de formar un delicado tapete de vegetación,
recortada por los hilos de agua cristalina de los arroyos y ríos. Visto a la distancia, las colinas
bañadas por la luz solar, limitaban el horizonte con tonos azulados, lila y violeta, y adornaban las
cimas de las montañas las hermosas coronas de nieve, que completaban el fascinante y encantador
paisaje de Nazareth.
Las sierras estaban salpicadas por los atajos y caminos «que subían del valle de Jezrael y
serpenteaban entre el verde pasto, y las flores silvestres centelleaban bajo el rocío de la madrugada.
Algunos caminos convergían hacia el corazón de la ciudad de Nazaret, que vista de lejos parecía un
nido en la concavidad de las montañas, otros tomaban rumbo diferentes, en dirección al mar Muerto o
Damasco, a Séforis o Cafarnaum. Esos caminos cruzaban los abundantes viñedos y olivares que
abastecían a la población y al mercado con vinos, sabrosos y el suave aceite de Galilea. Las granjas
se multiplicaban por las planicies, pero siempre rodeadas de bosques y cipreses, alternados con las
higueras cuajadas de frutos y los limoneros de olor penetrante. De vez en cuando aparecía el color
rojizo de las cerezas y los abundantes árboles de granada, que acentuaban aún más el poético
paisaje.
Alrededor de la ciudad de Nazaret, formando un caprichoso cinturón se esparcían las casas de
madera, construidas principalmente con cedro del Líbano, mezclándose las cabañas bien construidas
y las del tipo rudimentario, hechas de barro pisado y cubiertas con hojas de palmeras. A la orilla de
los caminos principales, siempre transitados por caravaneros, rabíes, mercaderes, soldados y gente
de todas las razas, los buenos galileos habían construido pozos de agua y ranchos con forraje y
pasto fresco para los animales cansados. La hospitalidad, aunque era remunerada, estaba al alcance
de todos los bolsillos, pues a cualquier hora los retrasados encontraban un buen caldo de pescado,
sopa de hortalizas con mucho ajo y cebolla, carne asada, ensalada de muchas variedades sazonadas
con el buen aceite del lugar; el pan era de trigo o de centeno, fresco y sabroso y para terminar,
servían los ricos y variados frutos de la zona. El vino complementaba la comida y de sobremesa
había higos secos o frescos.
Junto a los caminos se encontraban establecimientos especializados de talabartería, herradores
para los animales y la carpintería para reparar los carruajes y otros menesteres. También había
pequeñas industrias que vendían palas, rastrillos y todo elemento indispensable para la cosecha y
molienda del trigo; herramientas y tablas para la construcción; y la industria de la cerámica con sus
variados y coloridos tipos de trabajo, como vasos, floreros, cazuelas, todos elaborados con arte y muy
buen gusto. Era muy fácil encontrar las fábricas de tejidos, que hacían desde la simple tela hasta la
delicada túnica, como así también se fabricaba en cantidad los toldos de lonas para cubrir los puestos
de mercaderías en la vía pública. Se fabricaban chinelas de género, adornadas con pequeñas
florcitas para uso doméstico, otras eran de cuerdas o cuero trenzado con base de madera, apropiada
para el uso externo. En las proximidades de las ciudades estaban instalados los mercados de flores
hechas de papel y género; hermosos paños bordados con hilos de Sidón; collares y anillos traídos de
Egipto o Etiopía, bolsas de paño y seda; tejidos de púrpura, tachos y calderos de cobre provenientes
de las fundiciones de Tiro, donde los esclavos se consumían torturados por el trabajo impiadoso. Los
aceites aromáticos, las hierbas olorosas, la mirra, el incienso y los filtros amorosos de la India, eran
pregonados vivamente por los camelleros.
Así era la provincia de Nazaret, con su paisaje encantador y bullicioso, que más tarde serviría
para hospedar al más excelso de los huéspedes: Jesús, el Sublime Peregrino.
Pregunta: Aun dentro de la misma Nazaret, ¿gustaríamos conocer otros detalles sobre el lugar
donde vivió Jesús?
Ramatís: Solamente las construcciones romanas presentaban un estilo incomún, que se
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