Capítulo XVIII
ASPECTOS DE JUDEA, GALILEA Y NAZARET EN LA ÉPOCA DE JESÚS
Pregunta: ¿Nos podéis dar una idea aproximada sobre Judea, en la época de Jesús?
Ramatís: Judea, en ese tiempo estaba habitada por varias razas, las que vivían peleando en
base a conflictos interminables, que muchas veces terminaban en luchas sangrientas. Se regía bajo
el yugo de Roma y estaba representada por los procuradores de la confianza de Tiberio, los que
después de cierto tiempo, permanecían en el territorio conquistado. Actuaban inescrupulosamente,
pues explotaban para sí mismos, los odios y desentendimientos entre los judíos, para regresar
después a Roma con sus arcas repletas de oro.
Anualmente se llamaba a elección para ocupar el cargo de Sumo Sacerdote del Sanedrín, cuyo
privilegio era disputadísimo entre las cuatro principales familias de Jerusalén. Ese puesto permitía
rendimientos fabulosos y fortuna fácil, aparte de las cargas públicas que exigía el conquistador. Esas
familias se movían solapadamente para alcanzar el poder del Sanedrín, promoviendo verdaderas
guerras entre ellos .y que arrojaban muy buenos beneficios monetarios a las arcas del procurador
romano. La lucha para alcanzar ese puesto era cruenta, se organizaban discordias, intrigas,
traiciones y toda clase de ardides para llegar a esa codiciada posición. Hermanos, suegros, padres, e
hijos cometían indignas bajezas y perfidias para tentar a la política rastrera y comprar el beneplácito
del Procurador, que a modo de ave de rapiña conseguía fortuna fácil en esas provincias tan alejadas
de Roma.
LA clase sacerdotal vivía lujosamente gracias a las tasas e impuestos que las autoridades
romanas imponían al pueblo sojuzgado. Las ofrendas y obligaciones religiosas hacia el Templo de
Jehová, proporcionaban un excelente negocio con los animales y aves sacrificados, que más tarde se
transformaban en un hermoso caudal de renta, pues se vendían por trozos y a buen precio. Las
monedas y los metales preciosos hinchaban las arcas sagradas; los cobradores de tasas y los
recolectadores de las grandes y pequeñas rentas se imponían al pueblo agotado por la sangría de
Roma. Los infelices judíos pagaban tasas por el uso del agua, por el pan, la carne y cuanto alimento
transportaban por los caminos; el tributo variaba conforme a las medidas del terreno ocupado y a la
importancia del lugar que se había establecido en el perímetro de la ciudad. Todos los productos
llevados al mercado sufrían tasaciones elevadas; los viñateros, cerealistas, labradores y artífices de
todos los tipos y regiones estaban obligados a pagar en cada cruce o pasaje del río a los re-
caudadores la moneda para el César de Roma.
El pueblo, además de esa carga tributaria con el Imperio de Roma, tenía los impuestos de orden
religioso, cuyas tasas para el Templo incidían desde la redención del pecador, la santificación del
virtuoso, el advenimiento del recién nacido, la maduración de los primeros frutos, hortalizas y otras
obligaciones sobre cosas de poca importancia, que terminaba por oprimir totalmente al pueblo. Tanto
el tributo romano como el religioso eran obligatorios, siendo severamente punidos aquellos que se
negaran a pagarlos. ¡Cuidado de aquel que no pudiera cumplir con la deuda en el plazo prefijado!
Perdía su burrito, su vaca, su carnero, aves, el producto de sus viñedos, su campo y todo cuanto
fuera posible decomisarle. Y, cuando no se tenía nada más para cubrir el impuesto aplastante e
impiadoso del fisco romano y del Sanedrín, entonces le quedaba la prisión; y en ciertos casos, el
trabajo de esclavo hasta liquidar la deuda, que no debía exceder de siete años.
También es cierto, que al pueblo le cabía un poco de culpa por esa situación en base a su
fanatismo y vieja superstición religiosa, dejándose explotar hasta llegar a transformarse en materia
prima de fácil especulación para los sacerdotes cupidos que eran amparados por los mañosos
romanos. El Procurador de Roma siempre recibía, pues garantizaba la ejecución de las bulas y
decretos forjados por la avidez de lucros, pero no dejaba de ser un vulgar rapiñaje religioso,
hábilmente disfrazado como tributos devocionales.
Lo interesante es, que a pesar de la evolución de la idea religiosa, de lo avanzado de la ciencia y
de la mayor comprensión sobre la realidad espiritual, todavía existen innumerables fieles que
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