habitantes de la ciudad vivían en continuos conflictos, sediciones religiosas y fanatismos
supersticiosos, era un pueblo avaro, cupido, intrigante, inescrupuloso y explotado por el sacerdocio,
cuya cultura religiosa apenas era canónica o teológica. El estudio de la Ley Mosaica, o del Tora, no
eran más que cansadoras discusiones, muy parecidas a las que en la actualidad ocurren entre las
sectas protestantes, muchas veces, por causa de una coma o error tipográfico en la Biblia.
Jerusalén era pedregosa y antipática, sus paisajes monótonos y melancólicos, en los valles
abundaban los basurales, pues servían de morada a los vagabundos y leprosos. No abundaba el
agua, los arroyos pequeños eran sucios y los pastos bastantes secos. Los animales de las caravanas
que se retardaban, descansaban fuera de los muros de la ciudad. En los días calurosos, el olor del
pasto fermentado, el sudor y mal olor de los animales se esparcía por los suburbios de la ciudad. En
verano, las baldosas recalentadas por el sol ardiente irritaba los pies de los transeúntes, mientras
sudaban copiosamente, mojando sus trajes pintorescos. Los mercados establecidos por la Prefectura
hacían bulla y entraban en fricción con los vendedores ambulantes, disputándose la mercadería, pues
de esa forma era vendido el pescado, la cerámica, los tejidos, hortalizas y todo cuanto era producido
en la zona. La confusión y los gritos recrudecían ante Jas súplicas obstinadas de los mendigos y
enfermos, debido a su gran cantidad. La ciudad ofrecía un aspecto árido y desagradable para el
espíritu del quilate de Jesús; además, no podía olvidar los sueños y las ideas de su infancia en
Nazaret.
Aunque lo Alto haya escogido la Palestina como lugar adecuado para la misión de Jesús, la
belleza de Galilea y lo apacible de Nazaret, le sirvieron para mantener la llama sublime de su Amor
inagotable para la humanidad.
Pregunta: ¿Jesús se dejó influir por la raza judaica, a pesar de que era espíritu evolucionado?
Ramatís: Las razas, los pueblos y los hombres son caminos educativos y transitorios, que
manifiestan a la luz del mundo material las adquisiciones alcanzadas por el espíritu inmortal. Podría
decirse, que las superficies de los planetas son el medio para que el espíritu pueda manifestar su
padrón de conciencia, que alcanzó a través del tiempo y del espacio. De esa forma, también extrae
ilaciones personales de su capacidad, resistencia, individualidad y talento espiritual. Se apresura al
espíritu y se cultivan las manifestaciones que se encuadran en los códigos morales de los mundos
superiores. Además, se esfuerza para eliminar los ascendentes que le retardan la paz y la ventura
definitiva.
He ahí por qué, al remontarnos al pasado, comprobamos que innumerables razas que se habían
impuesto sobre el mundo terreno por el fausto, cultura, comercio, descubrimientos y conquistas
belicosas, desaparecieron dejando muy pocos vestigios. Así fueron Babilonia, Fenicia, Sodoma,
Gomorra, Herculano, Pompeya, Hititia, Caldea Cartago y las civilizaciones atlantes que
desaparecieron del mapa terráqueo; y Persia, Etiopía, Hebrea, Egipto y otras naciones viejas del
mundo, comenzaron a oscilar en sus bases, mal sustentadas por sus glorias y poderes del pasado.
También es evidente, que el amor manifestado por un chino, árabe, ruso, itAllano o groenlandés,
siempre ha de ser el mismo en su esencia, aunque varíe el tipo del cuerpo físico que el espíritu utilice
para ese fin. Por lo tanto, aunque Jesús hubiera sido Judío o Inglés, revelaría su intenso e
incondicional amor hacia la humanidad. La prueba más concreta de que no fue judío, en el sentido
racista de la palabra, fue la manifestación de los mismos judíos, que «no lo reconocieron como tal»,
conforme lo predecían los profetas del Viejo Testamento.
En su época, civilizaciones como las de Grecia, Persia y Egipto, habían dado al mundo
innumerables sacerdotes, filósofos, científicos, sabios, escritores y poetas. Sin embargo, ejercían
ávidamente las manifestaciones metafísicas pero no ayudaban al hombre común, para que mejorara
su existencia y entrenara prácticamente su conciencia moral. Platón preveía el advenimiento de una
humanidad que sólo la integrarían los artistas, filósofos, poetas y científicos; Sócrates pregonaba una
conducta de moral elevada, pero que debía depender de un sector escogido para cultivarla; Epicuro
enseñaba a sustituir los dolores corporales por los placeres del espíritu y Zenón explicaba el valor del
estoicismo en la crudeza de los sufrimientos, cuyas doctrinas, aunque muy loables, exigían una férrea
voluntad y una buena dosis de optimismo para llegar a sublimar el sufrimiento humano y
especular
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