Mientras tanto, imaginad a Jesús intentando introducir su mensaje deísta entre la versatilidad de
los dioses paganos de la Grecia, de los pueblos bárbaros de Germania, de los fanáticos de la Galia,
de los agresivos españoles, de los salvajes de África, de los hechiceros de Caldea o de las orgullosas
castas de la India que masacraban a los parías infelices. Sin lugar a dudas, que el Maestro fracasaría
si hubiera descendido en medio de esas multitudes rústicas, fanáticas, irascibles y politeístas que se
dividían en castas de sacerdotes y parias, esclavos y señores, que rendían culto a ¡os dioses
protectores de las variadas pasiones mundanas.
Por otra parte, conviene que no olvidéis que Pablo de Tarso, después que Jesús había sido
crucificado, fue el blanco de las risotadas cuando intentó pregonar el Evangelio entre los griegos, alta-
mente intelectualizados.
Pregunta: ¿No fue Roma, en la época brillante de Augusto, la más indicada para la misión de
Jesús?
Ramatís: Jamás el Maestro Cristiano hubiera conseguido en Roma a tan fieles discípulos, pues
ningún romano ambicioso abandonaría las redes de pescar y sus intereses comunes, para aceptar la
invitación de un hombre ilusionado por un reino hipotético de amor y bondad. ¿Cómo habría hecho
para atraer la atención de los sanguinarios gladiadores de los circos romanos y hacerles comprender
la sencilla lección que encierra el "grano de mostaza"? ¿Cómo hubiera podido exponer a gusto en
medio de las matronas disolutas, aquella vertical recomendación del «ve y no peques más», como
advertencia a la mujer adúltera? No hubiera tenido éxito pregonar el amor, la paz, la tolerancia, el
perdón y la renuncia entre las feroces legiones del César, pues habría sido motivo de chacota
punzante, ni bien intentara pronunciar el "sed puros y perfectos como lo es vuestro Padre", entre los
glotones romanos, amigos de los banquetes pantagruélicos regados con abundante vino.
Desde un comienzo se hubiera sentido impotente para convertir a los romanos hacia el culto de
un solo Dios, pues implicaría despojarlos de su fe interesada y de los dioses que les atendían los
deseos, caprichos y les presidían los negocios, amores, diversiones, juegos del circo y las conquistas
guerreras, además de la fertilidad genésica. Viriles y ambiciosos, personalistas e insensibles, cupidos
y disolutos, serían, muy pocos los ciudadanos romanos que se hubieran impresionado por los
llamados hacia la humildad, renuncia, pureza y frugalidad alimenticia. En Roma, el pueblo rendía
tributo religioso, como aquel que acierta sus negocios y liquida deudas con una cuenta corriente. Y, lo
que era más importante: los dioses también debían compensarlos, dado que a ellos le cabía la gloria
de divulgarlos y profesarlos en las lejanas provincias de Galia, Palestina, Germania, Siria o Egipto,
puesto que hasta allí dominaban las águilas de Roma. Sólo al pueblo de Israel le incumbía realzar a
la angélica figura de Jesús en el ambiente del mundo terreno.
Pregunta: La fuerza espiritual que poseía Jesús, ¿no era suficiente para vencer los obstáculos
que se le presentaron en el mundo donde debía encarnar?
Ramatís: Si la fuerza espiritual de Jesús fuera suficiente para eliminar todas las dificultades
naturales del mundo físico, es evidente, que no hubiera necesitado encarnar en la tierra para
esclarecer «personalmente» al hombre, dado que lo hubiera hecho desde el propio mundo invisible y
en Espíritu. Para servir a la humanidad encarnada, el Maestro necesitó movilizar los mismos recursos
que utilizaron todos los hombres y también enfrentar las mismas dificultades. Aunque se comprende
que el genio existe en la intimidad del pintor excelso o del compositor incomún, la verdad es que el
primero necesitará de los pinceles y pinturas; y el segundo del instrumento musical para dar forma
concreta a sus creaciones musicales.
Jesús era un genio, un sabio y un ángel en espíritu, pero necesitó exilarse en la materia para
entregar personalmente su mensaje de salvación a la humanidad. En consecuencia, se sirvió del
instrumento carnal apropiado y enfrentó los inconvenientes del mundo físico para realizar su tarea de
esclarecimiento espiritual. Además, sólo disponía del corto plazo de 33 años para cumplir su tarea
mesiánica, como sintetizador de los instructores espirituales que le habían antecedido. Su obra exigía
una conformación absoluta para el género humano y un ejemplo personal incomún, sin gozar de los
privilegios extemporáneos del mundo invisible, así también evitaría en el futuro, que se debilitasen las
convicciones de sus discípulos o se produjera el milagro que genera la superstición.
102