El Evangelio A la Luz del Cosmos
que dominan al espíritu inmaduro en su vida física.
El periespíritu no es la resultante de las fuerzas vivas y su-
blimadas sino la fiel expresión de la voluntad y del pensamiento
del espíritu inmortal. Además de ser el vehículo que envuelve,
configura e identifica a la llama espiritual, va más a lo profundo,
pues lo interpenetra onda por onda, vibración por vibración. A
través de las sucesivas materializaciones en los orbes físicos, el
periespíritu, bajo la acción purificadora del dolor y el sacrificio,
del estudio y de la experiencia de la vida física, deja los residuos
y
adherencias durante el intercambio íntimo y con el exterior.
Finalmente, cuando éste se purifica y alcanza la diafanización
y la condición maravillosa de la figura alada, liberada de cual-
quier influencia inferior, entonces posee la imagen radiante y
fascinante de la “túnica nupcial”, tan bien descrita por Jesús en
la parábola del “Festín de Bodas”.
Pregunta:
Perdone el hermano Ramatís nuestra reiteración
sobre el caso de la Túnica Nupcial para definir terminantemen-
te su aspecto específico; Jesús al mencionar la “túnica nupcial”
“¿no se estaría refiriendo a otro cuerpo o vehículo espiritual que
el hombre aún desconoce?
Ramatís:
No tiene importancia respecto a la terminología
usada por Jesús en la descripción de la túnica nupcial en el
“Festín de Bodas”. En verdad, se estaba refiriendo al cuerpo
inmortal, el que interpenetra y envuelve al espíritu del hombre,
en forma independiente del cuerpo carnal.
Kardec prefirió llamarlo periespíritu, o sea aquello que en-
vuelve al espíritu, aunque ese cuerpo inmortal ya era reconoci-
do /en otras edades y bajo otro aspecto denominativo. Además,
el periespíritu no es un descubrimiento o concepción exclusiva
de Allan Kardec, puesto que es un vehículo superior, complejo
e indestructible, conocido hace muchos milenios por los inicia-
dos, magos y sacerdotes de la antigüedad. Paracelso lo llamaba
“cuerpo sideral”, Pitágoras, “carro sutil y luminoso del alma”;
los hindúes lo conocían como “linga sarira”; los atlantes, como
“nube de luz”; los chinos decían poéticamente que era el “árbol
de las llamas”, y los egipcios, “Ká”, o doble del hombre. Los cal-
deos mencionaban la “corona de fuego”; los esoteristas, teóso-
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