El Evangelio A la Luz del Cosmos
equilibrio creador de la vida. Es la ley que corrige y elimina la
causa, para que no haya efecto, pero proporciona un resultado
educativo. En lo íntimo de esas enseñanzas, el Maestro Jesús ad-
vierte y aclara respecto a los prejuicios y liviandad del espíritu,
que juzgándose santificado, muchas veces condena los mismos
pecados que él cometió otrora, o que aún podrá cometer en la
actual existencia o bien, en próximas vidas. Cuando el espíritu
más se integra en el concepto de la justicia suprema y desen-
vuelve el amor, deja de juzgar a sus hermanos menos evolucio-
nados, librándose con más rapidez de la implacabilidad justa
de la Ley del Karma, que actúa en forma impersonal y para la
rectificación espiritual.
Siendo así y conforme a nuestro procedimiento, que tam-
bién tuvimos en otras vidas pasadas, podremos juzgar lo ajeno,
pero sin desmentir el concepto de “amar al prójimo como a no-
sotros mismos”, o “hacer a los demás lo que deseáramos que
nos hicieran a nosotros mismos”. Todas las máximas evangé-
licas son correlativas entre sí porque derivan de la misma Ley
Cósmica, que mantiene la cohesión entre los astros, la afinidad
entre las substancias y el amor entre los hombres. A pesar de
ciertas reglas y enunciados familiares, que limitan la vida hu-
mana, en su intimidad vibra la llama creadora.
De esa forma, quien juzga al prójimo con el amor y la bue-
na intención con que se juzga a sí mismo, se salva, porque está
manifestando un elevado principio de honestidad espiritual,
dado que juzga y condena al prójimo al mismo nivel de culpa y
penalidad que desearía para sí mismo.
Pregunta:
¿Cómo se comprueba esa acción, en lo que se
refiere a la intimidad, es decir, en la vida del espíritu?
Ramatís:
A través del mecanismo comparativo de las pará-
bolas, Jesús expuso ideas y preceptos al nivel de la comprensión
humana, pero que se referían específicamente a la vida espiri-
tual. Siempre usaba un lenguaje imperativo y taxativo cuando
se refería a la cosecha indebida de los que falseaban los hechos
ojuzgaban indebidamente. Siempre dejó entrever que la mayo-
ría de los hombres eran “pecadores”; por eso, ¡ninguno podía
juzgar a nadie! De ahí su advertencia incisiva y evangélica para
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