El Evangelio A la Luz del Cosmos
pacidad receptiva de las lamparillas humanas y entendibles,
lógicamente, en cada época de análisis y divulgación. Siendo
así, la máxima del “No juzguéis para no ser juzgados” entendía
para los hombres incipientes, de aquella época cristiana, una
severa advertencia contra la injusticia, maledicencia y calum-
nia, que en cierta forma se ajustaba admirablemente al tipo de
vida judía. Después de la alborada del Espiritismo, ese mismo
contenido se delinea en su intimidad esotérica y se vuelve más
genérico con relación a la vida del espíritu inmortal. En vez de
ser una sentencia regular para mantener un orden en la vida de
los seres, se amplía en su sentido moral, abarcando en cierta
forma, el proceso kármico correspondiente a las relaciones y
consecuencias entre los espíritus en sus encarnaciones sucesi-
vas. Ya no es un concepto apropiado o disciplinado para el pue-
blo judío únicamente, sino que se refiere a la continuidad de la
vida espiritual, abarcando a los buenos y a los malos juicios que
el espíritu pronuncia en el transcurso de todo el proceso que
comprende a su angelización.
El mismo concepto, que se refería con cierta particularidad
al procedimiento incorrecto e injusto del ciudadano que vivía
en la época de Jesús, cuando juzgaba al adversario, amigo o
no, pero que no alcanzaba a juzgarse a sí mismo, el Espiritismo
lo encuadró dentro de la ley de “Causa y Efecto”, predominan-
temente espiritual. En el futuro, después de la comprobación
científica sobre la realidad del espíritu inmortal, que será co-
rroborada por la instrumentación de precisión de laboratorio,
el hombre pasará a comprender que la miniatura del metabo-
lismo cósmico palpita activamente en la intimidad de su alma.
Los conceptos de Jesús: “No juzguéis para no ser juzgados” y
“Y no condenéis para no ser condenados”, son importantes ad-
vertencias de que toda acción negativa del espíritu redunda en
su propio perjuicio, puesto que juzgar al prójimo es “medirse”
a sí mismo. Por otra parte, es muy conocido el fenómeno de la
psicología sobre el mecanismo de defensa del “ego”, que para
proyectarse a sí mismo y elevarse por sobre la persona que está
juzgando, siempre termina disminuyéndole sus valores perso-
nales.
Ese juzgamiento del hombre hacia otro, en su índole perso-
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