Ramatís
de un cuerpo carnal. Conforme hemos manifestado en otras
oportunidades, cada orbe tiene su Logos o Cristo Planetario,
sea la tierra, Marte, Júpiter, Saturno o Plutón, cuyos Arcángeles
Planetarios accionan en concomitancia con el Arcángel o Lo-
gos Solar, que dirige el orden cósmico desde el centro de cada
agrupación de astros. Conforme a la graduación espiritual de
la humanidad de cada orbe, de ese “centro” emana o irradia un
aura espiritual en sintonía y conjunción con “su” Cristo Plane-
tario. De ahí el valor que posee la astrología, cuando señala la
beneficiosa presencia o la negatividad de cierto astro en la ruta
del cielo, cuya incidencia se debe al fruto del campo espiritual
de sus habitantes. Por otra parte, cuando más evolucionada es
la humanidad de un orbe, irradia mejor fluido, porque es más
sensible a la sublime vibración de su Arcángel planetario.
El apego a la existencia física, fruto de las sensaciones in-
feriores, imanta a las criaturas a las formas y a los bienes del
mundo y los aisla de la vibración sutilísima de su Arcángel. La
superficie de un mundo material es equivalente a una escuela,
pues los reinos mineral, vegetal y animal significan para los es-
píritus encarnados, el lápiz, el libro, la regla y el compás, como
lo es para los alumnos de una escuela primaria. Así como el
alumno analfabeto no tiene dominio sobre la escritura, ningún
espíritu tendrá conciencia angélica o arcangélica, si no realiza
ineludiblemente las lecciones correspondientes sobre la super-
ficie de los mundos físicos. No existe una evolución adquirida
únicamente por el mundo interno del espíritu, y cualquier cen-
tella emanada del seno de Dios, sólo consigue despertar la no-
ción de existir, después que su psiquismo recorre el total de los
cursos a través de los reinos mineral, vegetal, animal y hominal,
en acción positiva sobre la superficie de los orbes. Además, una
vez adquirido el grado de conciencia que le permite interpre-
tar el espíritu del Cristo, también tomará experiencias en otros
mundos físicos, más evolucionados y acorde al grado de evolu-
ción sideral alcanzado. Todo hombre es un diosecito en poten-
cia, que posee en sí mismo, aunque en grado relativo y pequeño,
el poder, el amor y la sabiduría de su Creador. ¡El iniciado es
el que busca al Cristo, y el iluminado es aquel que lo encontró!
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