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fería usufructuar los beneficios de la naturaleza. Algunas veces
montaba en un burro o muía dócil. En general, el Divino Maestro
hacía sus prédicas al atardecer, en la hora de mayor vibración po-
sitiva, cuando el Poniente se teñía de colores, pues agradaba aliar
el efecto policrómico y la fragancia de la naturaleza, a la ternura y
poesía de sus palabras afectuosas, como si fuera una ondulación
de fuertes vibraciones psíquicas. Su agrado era hablar desde la
cima de las pequeñas colinas, mientras sus discípulos, amigos y
fieles se acomodaban a sus pies, embebidos en el dulce mensaje
de esperanza que le anunciaba el tan esperado “Reino de Dios”.
Otras veces se encaminaba hacia la villa más próxima, compartía
el hogar modesto, a la vez que le infundía ánimo, alegría, consue-
lo y esperanzas a sus moradores.
Las personas se agrupaban en las puertas y ventanas, ávi-
das de escuchar al rabí de Galilea cuando exponía sus indes-
criptibles parábolas, de contenido sencillo y comprensible hasta
para los niños. La “Paz del Señor” parecía estar presente en el
hogar donde pregonaba la “Buena Nueva”, llena de esperanza y
amor. Las madres salían a buscar a sus niños, pidiendo al pro-
feta de Nazareth que los tocase, pues se decía que su bendición
aliviaba los dolores y preservaba contra las enfermedades. Su
presencia era suficiente para curar a los enfermos que tenían fe.
Innumerables veces, sus palabras tiernas y comunicativas pro-
vocaban remordimientos, lamentos y confesiones sobre delitos
que fueron cometidos en sigilo. Jesús posaba su mirar amoroso
sobre los presentes y aconsejaba a los ladrones devolver lo ro-
bado, a las mujeres erradas que se redimieran de sus pecados,
y a los endurecidos criminales, que vencieran sus instintos infe-
riores. Fortalecía la conducta superior en las personas discipli-
nadas y estimulaba las prácticas de las virtudes a los buenos.
Infundía su fuerza angélica a todos y provocaba transformacio-
nes morales que estimulaban el deseo de vivir mejor. Día a día
aumentaba el número de sus seguidores, porque se encontraban
felices cerca de su aura amorosa y divina.
Pregunta:
¿Qué motivo indujo a Jesús a preferir las pará-
bolas para enseñar, si también podía haber utilizado adagios,
proverbios, aforismos, alegorías y hasta fábulas?
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