El Evangelio A la Luz del Cosmos
conforme a su grado evolutivo. Alertaba y estimulaba la mente
humana, enunciando las parábolas, las que proporcionaban de-
seos de superación, permitiendo nuevos y rápidos raciocinios.
Pregunta:
¿Cómo hacía Jesús sus prédicas al pueblo?
Ramatís:
Jesús atraía y fascinaba a las multitudes por su
magnetismo, que era inherente a su elevada graduación angéli-
ca; sus prédicas eran fluidas, sin artificios propios de los hom-
bres que pretenden resaltar en base a su grandilocuencia. No se
preocupaba por impresionar el auditorio por la elocuencia re-
buscada o los ejemplos sofisticados; tampoco acompañaba sus
palabras con gestos conmovedores, tal como hacen los oradores
del mundo profano. Era esencialmente comunicativo, solamente
lo preocupaba el contenido, la base espiritual de lo que trans-
mitía, que fuera entendida por la generalidad de los oyentes,
sin imponer su personalidad, lo que resultaba un clima de paz
y fraternidad, de alegría y consuelo. Jamás sacrificaba la ense-
ñanza espiritual en favor de los términos rebuscados; tampoco
dramatizaba los hechos, puesto que su finalidad no era valori-
zar su persona.
Jesús era exacto y no divagaba con pequeñeces que cansa-
ran a los oyentes; en un puñado de vocablos familiares, exponía
el contenido de una virtud o revelaba el verdadero estado de
un espíritu angélico. Su voz era musical y de atrayente sonori-
dad, enérgica cuando lo necesitaba, pero dulce y afable en las
explicaciones íntimas, como si estuviera platicando en el hogar
amigo. Enseñaba naturalmente y penetraba con sus palabras a
los oyentes, activándoles su estado espiritual, como si entrea-
brieran los botones de las flores, bajo el suave calor del sol.
Pregunta:
¿De qué forma Jesús podía atender los diversos
lugares, donde hacía sus compulsas o prédicas evangélicas?
Ramatís:
Al comienzo, Jesús recorría la Galilea, no muy lejos
de Nazareth, llegando hasta Cafarnaúm, y algunas veces descen-
día hasta Samaría, sin atravesar el Jordán o el mar de Galilea.
Sus discípulos lo ciudaban con esmero y trataban de preservarlo
de los rayos solares, cubriéndole la cabeza con un manto de seda,
como era costumbre local, y comúnmente Jesús rechazaba y pre-
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